www.miroslavaramirez.com

Así como el cuerpo se desgasta y se agota, de la misma manera los órganos se oxidan y envejecen, y el cansancio emocional sobreviene. Hay quienes no ponen mucha atención al agotamiento emocional y se limitan a ser solo mente y cuerpo sin percatarse que tarde o temprano esa actitud de ignorar el alma genera un desequilibrio a veces enfermizo e incapacitante, pues el cuerpo puede repararse con un buen masaje y unas 8 horas de sueño, pero el aparato afectivo al no ser reparado o descansado sufre graves consecuencias.

No muchos se percatan de que ese estado de apatía por la vida tiene que ver con un alma cansada. Muchas pueden ser las causas que generan ese colapso: haber perdido la motivación por una decepción o tener que terminar un ciclo que esperábamos más duradero o cuando hemos perdido la razón que nos mueve y de pronto nada parece ser suficiente.

Otra forma en la que el alma se nos rinde es el perder a las personas que amamos y que nos habían acompañado en nuestros sueños y proyectos. Cuando nos damos cuenta que ya no nos emociona nada y que ya no hay esa chispa nerviosa burbujeando en el estómago ante un nuevo amanecer estamos internamente exhaustos. Te darás cuenta que has envejecido tu alma cuando ya no te apetece establecer nuevos vínculos con nuevas personas, cuando ya no buscas una conversación con Dios.

Muchas personas caminan inertes con rostros vacíos o agrios intentando llegar al bar más cercano para llenar esos espacios o buscando pornografía para impulsar ese líbido enfriado por el “no darse cuenta”, no se dan cuenta de la huella que han dejado esas decisiones de alejarse y meterse duro al trabajo, de todos esos momentos en los que evadieron la oportunidad de un abrazo o de las innumerables veces en que salieron de casa sin despedirse con un beso.

A veces pretextamos que el amor se esfumó y tratamos de encontrar la causa en el excesivo trabajo, aunque es verdad que los deberes consumen la atención afectiva, también es cierto que cuando el alma está vibrante no hay cansancio que no se alivie en el regocijo de un apapacho o en cobijo de un abrazo, el cansancio no entra por el cuerpo sino por el corazón, y el cansancio del alma es el más peligroso que podemos sentir, pues cuando dejamos ir la ilusión, las ganas de ser amado y de amar se encienden áreas del cerebro que activan un estado de emergencia que provoca alejamiento para ponernos a salvo de “sabe qué”.

Uno se puede encargar, sin darse cuenta, de extenuar su propia alma. Revisa que no te pase una de las siguientes razones por las que puedes estar vencido y gris esperando solo dormir y encerrarte.

Las razones que producen agotamiento emocional o cansancio del alma:

  1. No poner límites. Ceder y ceder a todo a costa de tu propio bienestar.
  2. Dar sin medida y olvidarse de saber recibir. Jugar a que no te importas o que basta con la alegría del otro.
  3. El alma llora cuando la voz se calla. Ese silencio aturde y se enmudece dejando que los demás opinen por ti.
  4. Vivir la vida de otros. Cuando nos ocupamos de controlar la vida del otro y diseñar hasta lo que debe hacer o comer o decir o sentir. Dejando de lado la vida propia.
  5. Ser solo una gran oreja que escucha y no es escuchado.
  6. Creer que tienes que aguantar y resistir. En vez de encontrar una nueva forma de seguir adelante.

Para poder mantener a salvo nuestra vitalidad -no importa la edad- debemos darnos cuenta que probablemente esa sensación de vacío, desamparo, soledad y enojo se debe a que no hemos salido del escondite, que seguimos protegiéndonos atados a muchos miedos. Es momento de inyectar emoción al cuerpo y administrar mucha pasión a todas las áreas de nuestra vida, movernos a contactar con personas “vivas” con el alma esperanzada y no deprimida o pesimista.

En la medida en que no hacemos lo que de verdad deseamos, nos alejamos de nuestra esencia. En la medida en que contactamos con lo que sentimos volvemos a este instante, a sentirnos vigentes y vivos. Descubrir nuevas motivaciones, nuevas pulsiones es hoy el siguiente paso. ¡Reinvéntate y revitalízate!