“La verdadera tragedia de los pueblos no consiste en el grito de un gobierno autoritario, sino en el silencio de la gente”, Esta reflexión de Martin Luther King refleja perfectamente los dos riesgos a los que en estos momentos se está enfrentado la sociedad española.

El primero es el asfixiante ejercicio autoritario del poder por parte de un gobierno comandado por los dos personajes más  arrogantes de la historia de nuestra democracia como son Pedro Sánchez y Pablo Iglesias y el segundo, el silencio de los corderos y el de los responsables de instituciones que como las del poder legislativo y judicial, tienen la obligación de contraponer desde el marco constitucional y normativo que los ampara, los abusos en los que pueda incurrir el poder ejecutivo en el ejercicio de sus funciones políticas, jurídicas o administrativas.

Era evidente que el primer gobierno de coalición socialcomunista de nuestra democracia, nacía con el firme propósito de iniciar un revisionismo revolucionario de nuestro  pasado más reciente desde el punto de vista político, social e incluso cultural.  Para ello su primer paso fue ampliar el número de ministerios a veintidós (nueve mas que en el último gobierno de Rajoy) y que refleja sin ambages el elevado precio  que los españoles tenemos que pagar por la factura del anclaje que el comunista Iglesias le ha facilitado al trono de Sánchez y que supone además una financiación pública de buena parte de la tribu de Podemos.

Trasladados los restos del general Franco sin que los cielos se abrieran ni se resquebrajaran los muros del Valle de los Caídos, la inesperada pandemia parecía que podría frenar las ínfulas revisionistas de Pedro Sánchez e interrumpir su mesiánica obsesión de  enterrar la Constitución de 1978. Todo lo contrario, ha aprovechado la cruel tragedia que estamos viviendo en España con el coronavirus, para  zarandear las estructuras del Estado,  controlando las instituciones como la Fiscalía General, la Abogacía el Estado, el CNI, la Guardia Civil o Comisión Nacional de Mercados y Competencia  y numerosas direcciones y subdirecciones generales que pasan a estar sin pudor alguno al servicio de los dos partidos gobernantes y no del Estado.

Pero lo más lacerante ha sido defraudar a la representación soberana del pueblo español abusando del estado de alarma para introducir desde un descarado nepotismo, cambios sustanciales en cuestiones como el nombramiento del vicepresidente como miembro del CNI, la gestión de las pensiones de los funcionarios públicos, el intento de derogar la reforma laboral o la tramitación en el Congreso de la tasa Tobin sobre las transacciones financieras.

Por otra parte,  ni en el Congreso ni en sus homilías dominicales ha respondido sobre cuestiones tan controvertidas como el caos estadístico de los fallecidos por el Covid-19,la tragedia sobrevenida en las residencias de ancianos, la falta de protección y contagios de miles de sanitarios, la pésima gestión en la adquisición y distribución de las mascarillas por parte del Ministerio de Sanidad o la reticencia, solo por cuestiones ideológicas, para utilizar todos los recursos humanos y materiales de la sanidad privada etc. etc. etc.

Pero si algo nos ha dolido profundamente al pueblo español ha sido la calculada frialdad del presidente del gobierno para ideologizar, junto con su socio el vicepresidente segundo, la angustia y tragedia de millones de ciudadanos para consolidarse en el poder. El último anuncio hecho por el Ministro de Justicia en sede parlamentaria de que estamos ante un modelo social fracturado y que se vislumbra ya una “crisis constituyente”, pone sobre la mesa el escaso valor que esta izquierda progresista está dando a las graves secuelas de estos tres meses de confinamiento. Ni la crisis humanitaria, ni la crisis económica y social son capaces al menos de hacerles reflexionar sobre cómo conectar las preocupaciones de la sociedad española con las instituciones. Su hoja de ruta para dinamitar nuestro sistema democrático es inamovible.

Lo que verdaderamente nos importa hoy y debe ser objeto de preocupación de los políticos y las administraciones, es reconstruir las relaciones personales y sociales entre los ciudadanos y regenerar todo el valioso capital de una España  malherida por un condenado virus. Es la única forma de fortalecer nuestra democracia y rechazar todo intento de subvertir el poder del Estado en favor de una oligarquía profesionalizada, como la que hoy representa la podemizada izquierda gobernante,

El joven pensador francés Fabrice Hadjadj ha señalado en una entrevista en Le Fígaro lo irónico que resulta que una sociedad digitalizada, que solo parecía temer a los virus informáticos se vea desbordada por un minúsculo microbio.“¿Qué es lo que queda después de todo?” se pregunta el mismo Hadjadj. Responde “La caridad desnuda. La de los cuidadores, la de los moribundos y los vivos, más vivos que nunca porque estuvieron cerca del abismo”, éstos al menos se merecen ser escuchados.