Doctora Miroslava Ramírez

Recientemente mis colegas en los Estados Unidos han estado compartiendo un alza en las consultas por motivo del estrés político. La desmesura en el actuar de algunas figuras dentro del marco del poder elevan los niveles de ansiedad en la población. Es de todos conocidos que la obsesión de controlar todo enferma la mente.

Muchos personajes de poder se creen héroes en vez de servidores y al embriagarse de éxito pierden la brújula y comienza un huracán de equivocaciones. Hay personas así, no exclusivas de lo político, sino también en una relación de pareja mal entendida o líderes sindicales, que se creen capaces de realizar grandes tareas, aludiendo saberlo todo, siendo exageradas, pretendiendo generar alta expectativa en los demás, ostentan el poder de una manera dramática que rebasa los límites del orgullo hasta llegar a proyectarse como una divinidad por lo que actúan más allá de la moral y pierden el sentido humano. 

Esto me hace recordar una enfermedad que muchos pueden contraer sin darse cuenta, se trata del “mal de Hubris”. El nombre tiene su origen en el teatro de la antigua Grecia que aludía en particular a la gente que robaba escena, este síndrome es muy característico en personas que tienen algún cargo de poder, quienes piensan que su punto de vista es el correcto, total y definitivo y se creen dueños de la verdad llegando a mostrar una confianza tan exagerada que caen en la soberbia y se vuelven arrogantes incluso hasta perder el sentido común y olvidarse de las personas por centrarse en la adicción a tener fuero, de hecho ellos se hacen de enemigos fácilmente, pues quien no está a su favor está en su contra, creen que quienes los critican son adversarios en vez de considerar aquello como un simple punto de vista.

Las personas cercanas a un “Hubris” se angustian, pues suelen perder noción de la realidad y ya no ven más que su propia perspectiva, lo cual los lleva a tomar decisiones arbitrarias y se vuelven mandones o autocráticos ignorando las ideas, necesidades o sentimientos de los demás; un Trump, un Hitler o un Maduro podrían figurar muy bien en esta patología.

Es común que personas en el ejercicio del poder desarrollen estas actitudes, de hecho quienes se desempeñan en el marco de la política tienen ya cierto gusto por “figurar” aunque por fortuna algunos pocos se salvan. Si estas personas dejan avanzar su problema podría derivarse una situación megalomaníaca, cuya primera señal es la de creerse indispensables e insustituibles, que no aceptan un no como respuesta, no saben perder.

El panorama no es desolador para el Hubrístico que quiere combatir y reducir su creencia de grandiosidad que lleva a la irresponsabilidad, pues cuando se trata de trastornos psicológicos existen soluciones. En este caso se interviene con psicohigiene, que es un tratamiento que se enfoca en hacer un “lavado de la realidad” para poder recuperar un sano “yo” y sacudirse el creérsela mucho para poder pensar en una perspectiva completa donde los demás vuelven a importar y a ser tomados en cuenta. Siendo esta una enfermedad de los líderes es importante que cualquiera se cuide de no perder suelo cuando los vientos del poder le favorecen, pues al ser excesivamente confiado a ti mismo se te olvida la parte social hasta volverte adicto a las influencias.

¿Cómo identificar a un Hubris?

  1. Usan el poder para autoglorificarse
  2. Preocupación exagerada por su imagen y presentación
  3. Usan un discurso exaltado: “ellos son la empresa, el país”
  4. Autoconfianza excesiva
  5. Desprecian a los demás
  6. Dicen que a ellos nadie los puede juzgar, sólo Dios
  7. Creen que al final siempre serán reconocidos
  8. Son inquietos e impulsivos
  9. Permiten que sus condiciones morales guíen sus decisiones políticas
  10. Desafían la ley, manipulando a su ver.
  11. Con su comportamiento irresponsable puede dañar a quienes representan