Mtro. Roberto García Ortega

  • Coordinador del Plantel Querétaro de la Universidad Vasco de Quiroga, México.<

El ser humano es, quizá, el más complejo, sofisticado y misterioso de la naturaleza. Representa en sí mismo, una unidad substancial, indivisible, entre lo que sí se ve, se toca, se huele, se degusta: en el cuerpo humano –con todos sus procesos físico-biológicos- y entre aquellas realidades (esenciales) que son invisibles a todos los sentidos, es decir, que no las podemos ver, ni tocar, ni oler, ni degustar, pero que sí existen en, desde y con esa realidad llamada persona humana: como un ser que genera ideas, que tiene conciencia de sí y de su entorno, con voluntad, con afectos, con inteligencia, con capacidad de amar y alma. Es, en síntesis, ¡una riqueza excepcional!

La persona humana, se puede “tematizar” de manera pedagógica, como un ser multisistémico y también multidimensional. Su corporeidad es una maravilla, pues en ella cohabitan diversos sistemas que están interconectados y correlacionados entre sí, sin obstruirse unos con otros, brindando un servicio vital interno y externo extraordinario al ser personal, Vrg. El sistema nervioso central, el sistema óseo, el circulatorio, el respiratorio, el digestivo, el reproductor, el endócrino, el tegumentario, el linfático, el muscular y el inmunitario… y multidimensional, porque lo constituyen diversas dimensiones que lo hacen un ser único, irrepetible e insustituible, con un valor más allá del mercado –con altísima dignidad-, por su dimensión corporal, afectiva, intelectual y espiritual; seres que podemos generar cultura, ciencia, arte, política y riqueza.

Mtro. Roberto García Ortega
Mtro. Roberto García Ortega

Estas notas constitutivas, que ahora explicito, ponen de manifiesto que somos seres dotados de exterioridad y de interioridad; que comunicamos nuestra integralidad y la totalidad de lo que somos a través de la acción, en ese despliegue y movimiento de todos esos recursos -arriba mencionados- con los que contamos, estableciendo en todas nuestras operaciones cotidianas, una relación principalmente de ser y no de tener.

Originariamente, como personas, compartimos lo que somos, no lo que tenemos. Esto quiere decir, que la persona comunica su esencia y su existencia en unidad, cuando se proyecta y se “participa ella misma” en la realidad y sus estructuras, con los demás, cuando se desdobla en la acción diaria.

Sin embargo, como personas también somos frágiles, delicados, necesitados de los demás; somos seres comunitarios, éticos, capaces de lo mejor y también de lo peor para los demás. Podemos lastimar, enfermar y morir en cualquier momento.

Con lo afirmado hasta aquí, podemos distinguir ya un camino para construir la paz en nuestras sociedades, siguiendo y asumiendo en “clave de método” lo que somos como personas humanas: unidad, interioridad, exterioridad, sistema, dimensión, libertad, ricos en recursos y frágiles.

La propuesta que te hago, querido lector, es que podamos partir de nuestra persona para dar pasos en la construcción de la paz, sobre todo, en un contexto mundial donde todavía es posible el fracaso de la guerra, y de las múltiples formas de violencias que hemos normalizado en nuestro querido México. No podemos comenzar desde afuera, esperando a ver qué nos dice y nos indica, por ejemplo, este gobierno mexicano, que es ineficaz y corrupto, y que nos ha mostrado fehacientemente, en la realidad, que el problema de las violencias nos ha superado a todos.

Nos queda acudir a esta reserva vital del “ser”, esto es, de todo lo que somos, poniendo al servicio, de ese gran anhelo de paz, nuestra propia interioridad, convirtiendo en acciones nuestra exterioridad, para reconocer y cuidar al “otro” como una persona, desde el corazón humano, con libertad, con inteligencia, con toda nuestra capacidad de amar, con el alma. Desdoblando nuestra capacidad cultural, comunitaria, científica y política al cuidado de los demás, sobre todo de los más frágiles: los niños, los viejos, y los más necesitados de nuestras sociedades, sean hombres o mujeres jóvenes.

Cuidar del otro, es el principio ético, donde la centralidad de la persona es el fundamento de la construcción de la paz auténtica y del bien común. Esta perspectiva nos exige, como condición estructural, en todas nuestras operaciones y relaciones humanas, el reconocimiento de la justicia y de la verdad en todo momento, pues sin éstas, no puede haber justicia posible, cuando no podemos ver y considerar la verdad de lo que es el “otro”, un hermano que goza de la misma dignidad que yo; o verdad posible, cuando nos encontramos a un niño en la calle y decidimos cerrar los ojos a la realidad, juzgarlo y rechazarlo injustamente porque huele mal, o porque nos pide una moneda para comer.

La paz será posible si replanteamos de fondo nuestro propio esquema personal para participar activamente y convertirnos en pequeños artesanos cotidianos de la paz, poniendo al servicio nuestro propio ser, con todas sus fragilidades y riquezas, a través de los gestos, palabras y acciones de paz, y que podemos practicar cuando vamos en el carro y alguien se nos mete, o cuando alguien nos grita y decidimos dialogar en lugar de golpearlo, o cuando alguien nos pide de comer porque no encuentra trabajo y lo apoyamos.

Querido amigo, amiga, la paz está tan al alcance de todos nosotros, que una santa mujer de Calcuta nos sugería comenzar de una manera muy sencilla, desde el ser: regálale una sonrisa sincera al que está en este momento junto a ti.

Entonces podrás saber qué tan capaz puedes llegar a ser para transformar tu persona, tu familia, tu sociedad y tu planeta, pues todo cambio profundo, la paz, comienza siempre, en primero persona.

Yo, tú, él y nosotros, somos el método para construir la paz cotidiana.