Hay quienes piensan que el sano desarrollo de una persona depende de la crianza de la madre y de la educación y cuidado que ella dedica al hijo.
En efecto, ellas hacen una labor titánica en la crianza e incluso son proclives a intentar hacer la doble función de padre-madre (sin lograrlo), llegando en momentos a justificar la lejanía o el desinterés del padre con frases como: “No le hagas caso, ya sabes que él es así”, “aunque no esté contigo tienes que quererlo”, “tú no puedes juzgarlo, es tu padre y se acabó”.
El niño adquiere fuerza y dinamismo con la imagen paterna, mientras que recibe tranquilidad y seguridad con la imagen materna. Pero ¿qué ocurre cuando en la familia se crece al lado de una figura de papá, que a pesar de estar presente no es hábil y le falta voluntad o disposición para aportar reconocimiento a los logros de sus hijos, que no da caricias, ni afecto y que no da protección, ni la seguridad necesaria para los críos?
El rol del padre tiene un sentido profundo en la construcción de individuos equilibrados y es de vital importancia, de ahí la falacia de pretender ser madre y padre. Cuando el niño crece con el hombre adulto, formador y padre, que practica las normas y ejerce límites sin titubeos, que hace uso convencido del “no” cuando el niño lleva a cabo actitudes de riesgo, logra tomar su verdadero lugar en la vida y va descubriendo que el mundo no gira en torno a él, que como niño no lo puede todo y que debe asumir las normas por más indeseables que sean.
El padre lejano se olvida de iniciar a los hijos en la sana canalización de la agresividad, propia de la testosterona, y al no ayudarlos a manejar esa fuerza tenemos en consulta psicológica a la nueva generación “fatherless” que son jóvenes que se han vuelto destructivos contra sí mismo y contra los demás, llenos de rabia y resentimiento que se desquitan con los más indefensos, como mujeres y niños.
El verdadero vínculo entre padre e hijo es el camino que construye de por vida la sensación de seguridad en una persona y se establece cuando el padre comunica abiertamente sus ideas, sentimientos y percepciones a su hijo.
La ausencia de un padre genera individuos sin identidad propia, no obstante, es posible encontrar una figura sustituta en algún profesor, tío o abuelo en quien podamos apoyarnos para que el abandono del padre pueda tomarse como una condición a superar y no como un hecho devastador que nos ancle al dolor y al vacío existencial. Siempre se puede elegir a pesar de la adversidad y de ello es preciso hacernos cargo.
¿Cómo puedo ser yo un buen padre?
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Cuida de ti. Ejercítate, relájate, no trabajes o te ocupes de más y deja un poco para la familia, pasa algo de tiempo a solas haciendo algo que te sea sano.
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Enseña el hábito de divertirse. Juega con tus hijos, hagan deporte juntos. Ríe, bromea con ellos.
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Apoya y trata bien a su madre. La autoestima de tus hijos depende mucho de esto. Dale un masaje, dedícale tiempo a ella, muéstrale afecto físico, involúcrate en las labores.
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Enséñale a relacionarse con el dinero. Enséñale a ganar dinero en la familia, a ahorrarlo y también a saber gastarlo.
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Acompáñalo a descubrir cómo amarse. Pasa tiempo con ellos, escúchalos, anímalos a combatir la pereza en vez de regañarlos, elógialo en privado.
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Lee con ellos y para ellos. Define una hora específica para sentarse a leer todos en familia, dedícales una lectura antes de dormir.
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Protégelos. No convirtiéndote en su guardaespaldas, sino enseñándoles a usar el cinturón de seguridad, empleando mecanismos de seguridad en la red de internet, enséñalos a nadar (es un seguro de vida), ayúdales a seleccionar buenos amigos, acércalos a resolver problemas constantemente.
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Sé temido, pero amado. Que sepan que habrá consecuencias por sus decisiones, pero no castigos que inflijan dolor.
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Admite tus errores. Recuerda que eso te hará más respetable y genuino.
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Involúcrate en su vida. Entérate y participa de lo que hacen y muestra interés, aunque a ti no te guste tanto.
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Reconquista siempre tu relación con cada uno de tus hijos. Date tiempo en lo individual para descubrir el tu a tu.