Aún resuena aquella insistente cantinela de Julio Anguita, coordinador de Izquierda Unida y uno de los políticos comunistas más relevantes y apreciados durante la transición, que consiguió aunar alrededor de su programa político a más de dos millones de ciudadanos en la legislatura de los años 1993 a 1996, lo que le supuso obtener una importante representación en el Congreso de 21 diputados.

Imaginarse hoy reclamando un acuerdo programático durante la lamentable, frustrada y frustrante sesión de investidura   que acabamos de “sufrir” los españoles, hubiera sido tan irreal como  que un rayo iluminara la mente de Sánchez y se propusiera en los dos escasos meses de prórroga que le quedan hasta septiembre, reunirse  con los lideres de los partidos constitucionalistas para explorar una solución conjunta y consensuada que permitiera desbloquear el enmarañado y preocupante escenario en el que, por su contumaz insensatez, se enmarca hoy la gobernabilidad de España..

Por respeto a un pueblo laborioso, sacrificado y leal como es el español ni puede ni debe repetirse el bochornoso espectáculo que casi todos los líderes políticos han ofrecido a España y al mundo entero en unas sesiones parlamentarias inéditas y decepcionantes  por las formas  y fondo por las que transcurrieron  sus intervenciones y en la que la decencia de la Cámara queda muy en entredicho.

Acritud, superficialidad, soberbia, desprecio, tozudez y en algunos casos hasta desaliño personal fue la tónica general imperante en las exasperantes actuaciones  de sus señorías en una tribuna que, con toda seguridad, añoraba  épocas pasadas donde  ilustres y recordados oradores como Ortega y Gasset, Marañón, Azaña, Alcalá Zamora, Gil Robles, Calvo Sotelo o los más recientes como Manuel Fraga, Adolfo Suárez, Landelino lavilla, Peces Barba, Felipe González, José María Aznar o Alfonso Guerra , brillaban no solo por su verbo fácil, fluido y hasta ocurrente sino por la pasión y la clarividencia intelectual que solo los políticos de raza saben reflejar en las grandes ocasiones.

El futuro de España no se puede construir sobre unos líderes políticos que se manifiestan absolutamente incapaces de establecer lazos personales para conocerse y dialogar pacifica y amigablemente de los asuntos que interesan a España y al bien común de sus ciudadanos. Una clase dirigente que no profundiza en el modelo de sociedad que se quiere edificar para afrontar los grandes retos del nuevo siglo y de la revolucionaria era digital.

El futuro de España no se puede construir tampoco sobre quienes siguen aferrados a un trágico pasado enterrado  desde la concordia que inspiró nuestra Constitución de 1978 y que con tanto empeño algunos partidos políticos desean dinamitar. Menos aún se puede construir aproximándose a quienes  por sus peligrosas veleidades y rupturas independentistas pretenden destruir el reconocido prestigio que se ha reconocido a España en el contexto internacional, entre otras cosas, por su valiosa aportación a la cohesión y la cooperación en el conjunto de los Estados que forman parte de la Unión Europea y que se vería seriamente amenazada.

La sociedad española no podría entender que la actual situación de grave crisis política que se arrastra desde hace ya cuatro años no motive a los dirigentes de los partidos constitucionalistas para que hasta el mes de Septiembre y sin lapsus vacacional no exploren y dialoguen  hasta  la extenuación con el objeto de alcanzar, unos acuerdos programáticos para conseguir un gran consenso o pacto de Estado: “Recuerda que de la conducta de cada uno depende el destino de todos” decía con mucho acierto Alejandro Magno

De no ser así al hastío de los ciudadanos y potenciales electores, sin excluir al primer español que es S.M el Rey, se uniría el peligroso deterioro y debilitamiento de nuestro sistema democrático que hasta el día de hoy se encuentra peligrosamente paralizado en dos de sus poderes constitucionales como son el Poder ejecutivo y el  legislativo.