@davidp2190

Muchos ingresamos a la facultad de Periodismo sintiendo ese “llamado” al que varios psicopedagogos y psicólogos llaman vocación. Decidimos instruirnos fuertemente en las cuestiones teóricas y prácticas que hacen al periodismo gráfico, radial y televisivo. Nos formamos en las ciencias de la comunicación y en otras disciplinas que resultan imprescindibles para el buen ejercicio de esta profesión como lo son la música, economía, historia, ética, legislación y la base de algunos idiomas (entre otras).

Aprendimos que un artículo informativo puede estar redactado bajo distintas estructuras -pirámide invertida, cola de pez o crónica- dependiendo del contenido o tema que se quiera comunicar y que las opiniones personales no tienen lugar en estos formatos. Consultamos a pensadores como Aristóteles, Dewey y Stuart Mill para estudiar los diferentes postulados relacionados con la ética periodística, tratando de comprender esa delgada línea entre aquello que se puede publicar y lo que no.

Estudiamos psicología y filosofía desde el punto de vista de la comunicación y más de uno se sorprendió (a veces gratamente) por la influencia de estas dos ciencias en el quehacer periodístico. Estudiamos la información, la investigación y la opinión como tres géneros distintos que tienen sus propias estructuras y pormenores, aunque más de una vez estos puedan llegar a complementarse.

También nos enseñaron a no subestimar a las audiencias y que, a pesar de que seamos sujetos, siempre debemos aspirar a ser objetivos. Además, nos dejaron en claro más de una vez que nos estábamos preparando para ser periodistas, no jueces.

A medida que avanzamos en la carrera, comenzamos a toparnos con una realidad tan triste como desalentadora: la gran mayoría de los que se hacen llamar periodistas y que trabajan en los medios de comunicación más importantes del país, realmente no lo son. El medio está lleno de abogados, psicólogos, politólogos, economistas, influencers y vedettes semianalfabetas que -a partir de su ignorancia y falta de formación académica- desprestigian al verdadero periodismo profesional que sigue trabajando con diligencia y rigurosidad para enaltecer esta profesión tan noble.

Lamentablemente, en Argentina, la mayoría de los programas televisivos y radiales están lleno de estos opinólogos que carecen de conocimientos en comunicación y fomentan (desde sus espacios) un pseudoperiodismo autobiográfico y narcisista. Este estilo tan viciado no busca otra cosa que resaltar al periodista por sobre la noticia: conductores y panelistas dejan de ver al medio de comunicación como un vehículo informativo y de servicio social, para pasar a concebirlo como una forma de satisfacer su ego personal. Son esos mismos comunicadores los que después imponen formas y estilos mediocres de trabajo que después son tomados como referencia por muchos estudiantes.

Dicho todo esto, no hay razones para que las facultades o escuelas de Periodismo o Comunicación sigan abiertas. Al fin y al cabo, los lugares (de privilegio) en los medios de comunicación hoy están reservados para influencers y vedettes sin estudios. Para las empresas periodísticas, el título ya no vale nada. Los apellidos de renombre, los contactos y el impacto en las redes sociales son los parámetros que se tienen en cuenta a la hora de contratar al recurso humano.

En este Día del Periodista -y ante la inminente muerte del periodismo profesional- les propongo reconocer, saludar y homenajear a los verdaderos profesionales de la comunicación que, desde su estudio y trabajo, todavía luchan diariamente para defender principios y valores profesionales que ya no tienen vigencia en ningún lado. Periodista es quien estudió Periodismo, el resto no son más que panelistas berretas u opinólogos que tocan de oído y que -desde su nulo conocimiento en esta materia- atentan contra el poco prestigio que le queda a un trabajo que fue tan valorado en alguna época.