«La verdad es que es un mundo de charlatanes. Yo también lo soy. Pero hay palabras que todavía puedo cantar con la frente bien alta», disparó Fito Páez antes de encarar «Al lado del camino» y es que todas las palabras no son «ingrávidas palabras».

El show gratuito de más de dos horas que el músico rosarino dio en el Hipódromo de Palermo, auspiciado por una empresa de telefonía celular, marcó el cierre de la gira mundial por su 26° disco de estudio : “La Ciudad Liberada” y fue otro cross a la mandíbula en el corazón de la Ciudad de los Pibes sin Calma.

Fito y Buenos Aires, saben de sus miserias y su magia. Se conocen, y se reconocen desde el despertar de los ochenta, como dos amantes que se buscan y se encuentran en sus diferencias y que por más que lo nieguen, siempre vuelven por una noche más.

Sesenta segundos exactos antes de las 18.30, los acordes de “Tema de Piluso” (inolvidable oda al “Negro Olmedo” y a la infancia en Rosario de Circo Beat en 1994) atacan el aire para delirio de miles de personas que coparon el predio de Avenida de Libertador.

El escenario había quedado encendido con las actuaciones de “La Femme d Argent¨, Maria Campos y el “Milagro del Pop” de Leo García.

Fito tenía muchas cosas que gritar. Tanto que “La Ciudad Liberada” empezó a sonar enseguida y fue el primer trago duro de realidad “Quiero vivir en la Ciudad Liberada, donde a los pibes no le metan más balas” y como si fuera poco, subió la apuesta: «Pelear, pelear, es una guerra. Pelear contra los nazis y los fachos de mierda», explota en la garganta, para la ovación del público.

El bandoneón eléctrico de Giros, desde el disco homónimo de 1985, retrata las primeras impresiones del poeta con la capital porteña y funciona, pegado a Ciudad, como una conexión espacio temporal exacta desde aquellos años hasta este presente. «Giros. Dar media vuelta y ver qué pasa allá afuera. No todo el mundo tiene primaveras», señala Rodolfo como una declaración de principios tan necesaria ayer como ahora.

Aleluya al Sol y Wowowo (larga vida al Fito surrealista) y Tú vida mi vida (galardonada con el Grammy a la Mejor Canción de Rock Latino del año) completaron el trinomio de hits del último disco, que sonaron sólidos desde la batería de Gastón Baremberg, el bajo de Diego Olivero, el teclado de Juan Absatz, la guitarra de Juani Agüero (la dejó chiquita) y la segunda voz de Anita Álvarez de Toledo.


Foto: Rock.com.ar

El chico de la tapa tiene nombre: Juan Ignacio Agüero, una bestia de la guitarra que llegó a la banda regular desde Detonadores , una agrupación de Indie rock de Villa Crespo, y que por momentos se apoderó de la noche para comenzar a derretir cerebros con el riff poderoso de Naturaleza Sangre, mientras Rodolfo escupía:» Traté de seguir, paré de sufrir. Un hombre se hace fuerte cuando se decepciona. La fiebre pasó, la rabia no, la lógica por fin se nos deshizo en la boca».

A partir de ahí sonó una ametralladora de clásicos que contenía: El amor después del Amor, Dos días en la vida, 11 y 6, Polaroid de Locura Ordinaria, Un vestido un amor y Tumbas de la Gloria, entre otros.

El público agradecido, que con el correr de los años fue mutando. Desde aquellos años de locura y excesos del Amor Después del Amor y la Rueda Mágica Tour, donde él era el Paulo Londra de esos nacientes noventa, hasta esta actualidad donde sus seguidores van acompañados por sus hijos y redescubren esas canciones que ya son parte de la banda sonora de todos los argentinos.

Por eso no es raro ver un chico, que nunca vio un casette en vivo, cantando, «yo puse las canciones en tu wallkman», como una bendición o un hermoso karma trasmitido de generación en generación.

Uno de los momentos más emotivos fue la versión superlativa e intima del hermoso tema de desamor: “La Despedida” (Abre 1999) vestida solo con la voz tanguera-flamenca de María Campos , que volvía así al escenario, y el piano de Rodolfo.

“Algo, se detuvo un punto muerto y fue tan grande ese silencio, fue tan grande el desamor. Restos de un navío que encallaba, yo te quise yo te amaba, no sé bien lo qué pasó” La interprete, con lágrimas en los ojos, saborea palabra a palabra de ese bellísimo poema hecho balada y lleva al recital a otro lugar.

Quiero ver, quiero entrar

Pero si hablamos de colgarla de un ángulo, el que rompió todo fue David Lebón, que con su entrada rescató todos los corazones heridos de muerte por la bellísima Campos con una explosiva versión de “Copado con el Diablo”.

La guitarra urgente del ex Serú Girán (alguna provincia debería tener el nombre de esa banda de forma inminente) junto con el piano/guitarra de Páez y los solos furiosos de Agüero (¿ya dije que es un animal verdad?) volaron todo por el aire a puro blues.

Más tarde sería el turno de Islamaband, como un recorrido por la humanidad y sus miserias, que va desde los amputados en guerras santas en el mundo, hasta los desaparecidos: “No son fantasmas, ni zombies. Son gente cuyas familias después de tanto tiempo aún no saben donde están”, frasea Fito, y deja las metáforas para otra ocasión, para ganarse una de las ovaciones más fuerte de la noche.

Circo Beat, Brillante sobre el Mic (suerte a los presentes que le quedaba batería en el celular para usar la linterna como lo pide esta canción, no fue el caso de este cronista), y una gloriosa Ciudad de Pobres Corazones, con el gringo Lebón otra vez On fire armaron la fiesta completa a pura emoción y rock and roll.

Con “A rodar mi vida” y las infaltables remeras revoleadas al aire, parecía que la presentación llegaba a su final, no antes sin aclarar que “aunque no lo crean estamos preparando disco nuevo y hay que dar lugar a otras canciones”, adelanta Fito.

Sin embargo, el turno de los bis, se inauguró con Dar es dar, con una exacta estrofa de “Buena Estrella”, que predica: “Ya ha corrido mucha agua debajo de este puente, me ha faltado y me ha sobrado inspiración. Puede que suene muy desafinado, es que me desafina el corazón”.

Luego fue la infaltable Mariposa Tecknicolor y Dale Alegría a mi Corazón (esa misma que hace una semana cantaban del otro lado del mundo los hinchas del Liverpool de Inglaterra luego de obtener la Champions League) de la cual el público se termina apropiando como una plegaria “Y ya verás, como se transforma el aire del lugar. Y ya verás, que no necesitaremos nada más”.

El final, como no podía ser de otra manera, fue para la rabiosa y nunca tan actual “El diablo de tu corazón”, que retrata, aquel 2001 argentino y termina pidiendo: “No te asustes Buenos Aires, no te asustes amor. Las cosas tienen que estar bien, ya no se puede estar peor. Las cosas van a estar mejor. Vas a ser feliz, sacate el diablo de tu corazón”.

El aplauso final los encuentra – a banda e invitados – saludando a la gente en estado de éxtasis total. Poco importa el horario y que al otro día los espera, el trabajo, la facultad o la escuela.

La desconcentración se da entre cantos y gritos, de rock, política y derechos adquiridos y por adquirir. Las guitarras de David, Juani y Diego; la batería de Gastón, el piano de Juan, las gargantas de Anita y María y el corazón talentoso de Fito Páez habían dejado una vez más un poco más liberada la Ciudad de la Furia. Y es que, inevitablemente “Si el pasado es real, el futuro es libertad”