En tiempos donde el marxismo cultural ha logrado infiltrarse e instalarse en todas las esferas sociales, es necesario analizar cómo ha afectado este avance en una de las estructuras más determinantes para el desarrollo de la persona: la educación.

Los establecimientos educativos de gestión pública de todos los niveles, se han transformado en vehículos ideológicos utilizados por el estado para moldear el pensamiento. El objetivo es impartir una doctrina a través de los programas de estudio que forman parte de la currícula obligatoria: se trata de un crimen casi perfecto, difícil de comprobar, cometido con guantes blancos y que tiene a las autoridades del sistema como principales cómplices.

Las universidades e institutos superiores dependientes del estado se han convertido en centros de adoctrinamiento, disfrazados de casas de estudios con excelencia académica. Se trata de espacios saturados de carteles y folletos partidarios, “copados” por militantes estudiantiles que ven a la universidad estatal como un ámbito ideal para realizar política.

Hablamos de entornos que fueron dominados por el ala más progresista de la política que -en nombre de la pluralidad de voces, la inclusión, la igualdad, la diversidad y la justicia social- logró generar climas de hostilidad, intolerancia y fanatismo ideológico que no dan lugar ni visibilidad a otros puntos de vista.

Cuestiones como la diversidad sexual, el aborto, la violencia de género, las luchas feministas, los hechos acontecidos en la última dictadura militar, el llamado lenguaje inclusivo o el rol del estado en la educación y en la economía, no tienen lugar a debates donde se puedan considerar otras posturas. La regla general es terminar con neoliberalismo (¿?) y analizar todos los temas de coyuntura siempre bajo una perspectiva de género.

Muchos estudiantes caen en lo que la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann llamó La espiral del silencio. Esta teoría política y comunicacional, publicada en 1977, sostiene que los individuos adaptan su comportamiento a las actitudes predominantes sobre lo que es aceptable y lo que no. Por lo tanto los alumnos prefieren reservar su opinión y así evitar ser marcados, excluidos o estigmatizados por estas facciones políticas radicales. El mismo temor se extiende hacia los profesores y a las autoridades de los claustros; y es por esto que prefieren callarse a recibir un cuestionamiento público o algún perjuicio académico.

Alumnos en primera persona

Presentado el conflicto, se optó por consultar a alumnos de distintas universidades públicas de la Argentina para poder conocer su testimonio sobre este tema:

Virginia Salvatori tiene 20 años, cursa el tercer año de la carrera de Contador Público en la Universidad Nacional de Villa María en Córdoba y aseguró que las situaciones de adoctrinamientos son reales. “Esto se ve cuando se introducen en el aula asuntos políticos que nada tienen que ver con la materia o se incluyen libros con una tendencia ideológica muy marcada”, agregó la joven. Además, aseguró que el objetivo es “bajar línea y no dejar avanzar a nuevas líneas de pensamientos”.

Al noreste de nuestro país nos encontramos con Camila Suárez. Esta joven de 20 años estudia Psicología en la Universidad Nacional de Tucumán y advirtió que los profesores imponen su forma de pensar durante las clases, presionando al alumno de tal forma que no pueda opinar o cuestionar los contenidos presentados. “Los docentes no deberían llevar su pañuelo a la facultad, tendrían que mostrarse neutros”, comentó la alumna. Además, reconoció que le parece injusto que los estudiantes asistan a rendir con miedo a desaprobar, que se sientan intimidados por la mirada de algunos profesores o que los hagan sentir mal por pensar de una determinada forma.

Otro de los testimonios corresponde a María Fernanda Antonini de 28 años. Está cursando tercer año de la carrera de Abogacía en la Universidad Nacional de La Plata (Buenos Aires) y no dudó en afirmar que los centros de estudiantes y las agrupaciones estudiantiles son la fuente mayoritaria de adoctrinamiento: “Ya no tratan de ocultarlo. Se ve a simple vista a través de panfletos, pancartas y hasta en sus plataformas”. En un segundo plano, pero no por eso menos grave, acusó a los docentes de aprovechar temáticas vinculadas al aborto y a la ideología de género para influir, desde sus opiniones, a favor de estas dos directrices. “El impacto que me genera como estudiante y como persona es completamente negativo. Se supone que debe imperar la imparcialidad por parte del docente”, completó la futura abogada.

Paula Núñez tiene 26 años, también estudia Derecho y está cursando el último de la carrera en la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza). La joven mendocina sostiene que “existe un claro adoctrinamiento, no sólo de las agrupaciones, sino también de los profesores que te enseñan a hablar con perspectiva de género”.

La estudiante reconoció que esta situación influye negativamente en su vida universitaria y expuso dos razones al respecto: “Por un lado no tengo alternativa a la hora de votar, ya que las agrupaciones políticas son todas las mismas con diferente color de camiseta. La derecha ha desaparecido prácticamente”. En un segundo término, la alumna denunció no poder expresarse con libertad: “Cada vez que doy mi opinión sobre algo opuesto al pensamiento político correcto recibo agravios, sarcasmo y burlas. Objetando básicamente lo que digo y pienso como nulo y sin sentido”.

“Tanta política y cosas sin sentido que invaden nuestras mentes todos los días nos despistan de lo elemental que es formarnos como profesionales, no como soldaditos de izquierda”, concluyó Núñez.

Miedo, agravios, burlas y persecuciones

La universidad pública se ha transformado en un ámbito hostil para los estudiantes independientes, que no comulgan con los preceptos establecidos por la corrección política. Preceptos que son impartidos desde el seno de las instituciones y que son reproducidos por el cuerpo docente y agrupaciones estudiantiles. No es casualidad que más de una decena de alumnos consultados se haya negado a participar en este artículo por temor a las repercusiones que pudieran tener sus palabras. La consigna es clara: hay que quedarse callados y no molestar a los “progres”. Ellos son los dueños de los espacios públicos.